martes, 5 de mayo de 2015

PERFUME DE MADRE




Yo era de aquellas niñas que se levantaba de la cama a media noche o cerca del amanecer y corría asustada hacia el cuarto de mamá. Sabía que a su lado el miedo pasaría y me salvaría de aquel mal sueño u oscura pesadilla.  Me sentía segura de saber que mi madre me abriría sus cobijas y me dejaría entrar en su cama. A su lado no sentía miedo, no sentía frío. Su calor y su perfume me ponían a dormir en un instante. 
Un año antes de convertirme en madre, decidí hacer un viaje con mis padres a Chile. Quería pasar tiempo con ellos pues, después de casarme, me había ido a vivir a los Estados Unidos. Los extrañaba. Quería  regalarles mi tiempo. Después de todo habían sido tres décadas de convivencia familiar hasta aquel día en que salí de casa. Era una buena oportunidad para visitar el sur. Hicimos planes en hospedarnos en casa de unos familiares. El chalet  era pequeño aunque el amor y el cariño inmensos. La Tia Lía, dueña de casa, cedió su recamara a mis papis y yo ocuparía otra más pequeña junto con ella . Ese fue el plan inicial hasta que cayó la noche. 
Definitivamente las noches primaverales en Santiago no se comparan con las noches primaverales en mi Trujillo del Perú. El frio helado se colaba por todos lados y no teníamos calefacción. En mi habitación las camas estaban ubicadas frente a la ventana con dirección a la calle. Las cortinas a medio cerrar dejaban entrever la tenue luz del poste y las siluetas de los frondosos arboles así como el vaivén de sus ramas. El susurro del viento no me dejaba pegar un ojo y mi imaginación ya empezaba a ver a los árboles acechándome. Era mi primera vez en Santiago de Chile y en una casa ajena. Yo estaba consciente de mis treinta años sin embargo como una pequeña de siete,  salí del cuarto en puntillas dejando a la tía sola para irme al cuarto donde estaba mi  mamá.
La puerta estaba entreabierta. Asomé mi cabeza y escuché a papá roncando, pero parecía que mami me había estado esperando. Creo que presintió mis antiguos temores. Tenía puesta su mañanita color rosa y además había llevado su colcha favorita. Mi mami siempre fue friolenta. Le dije que tenía miedo y que me moría de frío. Sonrió y en ese mismo instante como en los viejos tiempos, me abrió las cobijas para acostarme junto a ella. Me abrigó y me abrazó para calentarme. En ese momento mientras estábamos muy juntas sentí su perfume; un perfume que yo conocía muy bien. Una mezcla dulce y suave; una esencia única que me recordaba a esa mujer que estaba a mi lado: mi madre. Ese perfume, había comenzado a desencadenar un sin número de emociones. De pronto me sentí unida a mi madre como si su aroma fuera yo misma; como si nos perteneciéramos. Al respirar su fragancia, sentí su amor, su cariño, sentí que era mi Mamá,  y yo...yo me sentí su hija, que la amaba y que ese amor sería para siempre. Dios me había permitido estar junto con mis padres como nunca antes. Solos, los tres y tener este especial momento junto a mi madre. 
El perfume de mi Madre es un aroma único que está grabado en el banco de mi memoria y a largo plazo. Me recuerda que estuve en su vientre, que me cargó entre sus brazos, que me apoyó en su regazo. Me recuerda que algún día fui su mundo. Su perfume es rico, alegre y puro. Su perfume es sencillo. Su perfume no miente. Su perfume es verdadero; es esencia natural y ella la inventora - sin saberlo-  y sin derechos reservados. ¡Ay, Cómo hecho de menos el perfume de mi madre!. Estoy segura que vuestras madres tienen un perfume único como la mía. Y si Tú eres Madre, definitivamente eres dueña de tu propia esencia. 





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