miércoles, 25 de mayo de 2011

Un puro amor platónico

Cuando terminó de escribir la carta, Mariposa bajó las escaleras y cuidadosamente abrió la puerta para dirigirse a la calle. Caminó por la hierba -en puntillas- hasta el arbusto elegido y la escondió entre las hojas. El sobre era color rosa y tenía el nombre del destinatario escrito tímidamente. Ese nombre que era música para sus oídos y que la hacía extender sus delicadas alitas y volar por lugares lejanos sintiendo el tibio viento de la primavera. Cada vez que escuchaba ese nombre, su corazón latía como loco. Sólo el hecho de pensar en ese nombre la hacía revolotear tiernamente.
Ella no sabía lo que pasaba una vez que la carta llegaba a las manos del amado jovencito. Trataba de imaginarse la cara de sorpresa y angustia por no saber quién le estaba escribiendo aquellos mensajes, cosa que la hacía sonreir pícaramente, pues su amor platónico estaba leyendo sus palabras de amor; en ese momento no le importaba no ser correspondida sólo le interesaba hacerle saber lo mucho que lo amaba.

Mariposa era un nombre sencillo. Cuando lo escogió no pensó en el significado ni en el fondo, sólo en la forma y en tener una firma para los anónimos que había estado escribiendo en las últimas semanas al chico de sus sueños. Lo tenía tan cerca y a la vez tan lejos. Eran amigos de la infancia. Cuando Mariposa y su familia se mudaron a vivir en aquel barrio, tenía solo cuatro años y el niño era cinco mayor. Las hermanas del jovencito eran las contemporáneas de "Mari", dos nenas- una más traviesa que la otra- con quienes surgió una gran amistad y un cariño fraterno. Fueron ellas sus aliadas y encargadas de recoger las cartitas del arbusto para entregarlas y asegurarse de que el hermano las leyera. El secreto se lo llevarían a la tumba.
Sin embargo El estaba interesado en otras jovencitas; obviamente en maripositas adultas y aveces hasta en polillas. Nunca se percató de sus gráciles alitas. Aveces Mariposa pensaba que sí, aveces sentía que él le daba señales y se emocionaba, soñaba despierta, se sonrojaba, se hacía un ocho pero... sólo era parte de su ilusión y sus ganas por hacer realidad su sueño. Un amor limpio, puro, perfecto. Ella era una mariposa joven, recién salida de la pupa y no entendía de amores ni enamorados. Había solamente una cosa de la que estaba segura: El era quien ella quería. No sabía para qué, pero era él. El, tan delgado que aveces necesitaba ponerse dos pantalones para simular más piernas y más trasero. El, con su oscuro cabello rizado, sus cejas pobladas y sonrisa de Julio Iglesias. El... tan inalcanzable.

Y Mariposa fue felíz viviendo su fantasía, gastando hojas y lapiceros hasta que creció en hormonas y sabiduría y sintió la necesidad de decirle cuanto le gustaba pero se intimidaba por no ser como aquellas chicas que él frecuentaba. Aveces en vez de Mariposa se sentía una pata fea. Cua, cua, cua, lloraba por las esquinas desengañada. Además las mujeres no se declaran a los hombres. No cuando tienes sólo catorce años. Y si él no le declaraba su amor porque eran como hermanos?.... Y si él la respetaba tanto que por eso no le decía nada?. Sus padres y los de ella eran amigos. Quizás le advirtieron nunca fijarse en ella ni hacerle daño.
Era mejor olvidarlo. Despues de todo habían otros chicos. De hecho uno le enviaba cartas diciéndole cosas bonitas que la hacían sonreir. Se veían en la misa de los domingos. Cada uno se sentaba en diferentes bancas con sus respectivas familias y se miraban sólo de reojo. Al final de la misa , si se podía, se hacían un hola y ya!. Otro le enviaba mensajes con una amiguita para verse a escondidas cerca a su casa, pero a ella le era difícil salir sin motivos.

Tenía dieciséis y el Sol se ponía cuando recibió su primer beso. Cuando llegó a casa rebuscó en el cajoncito de su mesa de noche. En un sobre tenía guardada una fotografía cubierta de cenizas. En otro tenía a una mariposa.
Una fotografia!, le dijo su amiga del alma. Necesitamos una fotografía y además un puro. ¿Un puro? Fumarás a tu chico y en una semana lo tendras a tu lado. Había probado cigarrillos antes pero un puro era cosa seria, ¡el pecado era más grande!. Juntas subieron las escaleras de un edificio, llegaron a la azotea y allí se sentaron. Sobre un papel colocó la foto del amado, encendieron el puro y a fumar!. Cosa más horrible de la vida!...tosía y fumaba, fumaba y tosía haciendo caras extrañas. Concéntrate!!, le dijo la experta, Debes pensar en El mientras vas fumando y llamarlo, decirle que te declare su amor y recuerda que las cenizas deben caer sobre la foto; cuando termines envuélvela y ponla cerca a tu corazón. Asi lo hizo y su corazón quedo oliendo eternamente a ese puro. A ese puro amor platónico.
Aquella noche en su habitación, dejó caer unas lágrimas sobre la foto y las cenizas de aquel amor frustrado, esa realidad no consumada. Luego la envolvió otravez y la tiró al inodoro, jaló la palanca se lavó la cara, la manos y siguió su camino.

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